“Nos negamos a reconocer lo viejo que somos” decía Simone de Beauvoir. Cuánta razón tenía esta filosofa francesa del siglo pasado cuando nos resistimos como sociedad a envejecer en países y continentes cada día más longevos, como ocurre en nuestro país y en el resto de Europa. Los datos corroboran que 1 de cada 4 personas serán mayor de 65 años en la España de 2030, mientras que el envejecimiento de la población es un reto presente y futuro debido a la proporción creciente de personas de edades avanzadas respecto a otros grupos etarios. Son los cambios demográficos del descenso de la mortalidad y de la fecundidad en sociedades postmodernas donde tal envejecimiento poblacional aporta aumento de niveles educativos, mayor productividad, mejor salud y calidad de vida, menos daños para el medio ambiente y compartir la riqueza con las generaciones más jóvenes.
En este contexto socio-demográfico, las personas adultas mayores cada día ocuparan más espacios públicos y privados, de modo que deben tener voz para expresar sus pensamientos, sentimientos y acciones sociales que influyan en la toma de decisiones políticas que afectan al conjunto de la sociedad, y especialmente a segmentos de la población invisibilizados y vulnerables como serían algunas personas de las llamadas Tercera y Cuarta Edad.
El envejecimiento es connatural con el ser humano hasta alcanzar la vejez, como fase de la vida, cada día más postergada en el tiempo por las mejoras en las condiciones de vida (alimentación, medicina, relaciones interpersonales, servicios públicos, etc.). La OMS define la vejez como la construcción social y biográfica del último momento del curso vital y comprende las últimas décadas de la vida, con un punto final marcado por la muerte, cuyo avance se produce en función de las identidades de género, las experiencias vitales, los eventos cruciales y las transiciones afrontadas a lo largo de la vida. Así, se puede deducir que esta etapa de la vida no es vivida de igual modo por todos los seres humanos, pues según la localización socio-geográfica puede haber más o menos oportunidades de vivir, incluso de sobrevivir en situaciones de riesgos para los derechos de integridad personal. Este hecho social a escala global evidencia las desigualdades sobre el ejercicio de los Derechos Humanos entre los habitantes de determinadas zonas geográficas diezmadas por guerras, hambrunas, catástrofes naturales, etc., entre los hemisferios Norte-Sur.
Hablando de diferencias territoriales y culturales, existe la tendencia occidental a los tratamientos antiaging, también conocido como tratamiento antienvejecimiento, mediante una serie de intervenciones y prácticas destinadas a retrasar o reducir los signos visibles del envejecimiento y mejorar la calidad de vida a medida que envejecemos. Unos procedimientos quirúrgicos y no quirúrgicos que reflejan los estados de gerascofobia padecidos individualmente, como miedo ilógico o aversión a envejecer, pero también de gerontofobia, como reacción irracional con actitudes poco éticas con las personas mayores, al desprecio e incluso al maltrato o agresión. De ahí al edadismo, que es la tercera forma de exclusión social en Europa, tras el racismo y el machismo. El edadismo es una forma de discriminación social hacia las personas mayores basada en prejuicios y estereotipos que pueden detectarse en la cotidianidad, desde la publicidad mediática, discursos ideológicos o comportamientos sociales en las esferas sociales y privadas.
El edadismo, o también el viejismo como se califica en América Latina, es desconocido por la opinión pública, escasamente analizado desde las disciplinas científicas, y no prevenido de forma adecuada desde las instituciones políticas.
Hay realidades que generan mucho malestar psicosocial entre quienes lo padecen debido a la falta de comprensión sobre el sufrimiento de algunas personas mayores en sociedades como la española. Tales actitudes afectan a la salud social y mental de la ciudadanía senior cuando se discrimina por la edad avanzada, como sucediera hace tres años cuando se vulneró el derecho a la salud en tantas residencias geriátricas con más de 35.000 ancianos en España.
Pero también hay casos de microedadismos a diario, como consecuencia de la falta de conocimiento y valoración de las personas de generaciones que lucharon por conquistar la democracia en nuestro país. Como ejemplos significativos indicaría las estafas financieras ante la vulnerabilidad de algunas personas mayores o los estereotipos en campañas publicitarias que ridiculizan a personas sexagenarias u octogenarias. Todos son despropósitos desacordes con el progresivo envejecimiento demográfico que debería transformar todos los ecosistemas donde interactuamos, desde los servicios públicos hasta las vías que carecen de rampas, barandillas o ascensores.
Por suerte, llevo años observando la existencia de perfiles que componen una ciudadanía sénior que contribuye al desarrollo social y familiar mediante su activismo civil y la atención a otros familiares educandos y vulnerables en los entornos comunitarios y domésticos. La pobreza, la soledad, las dependencias, entre otros problemas relacionados con las personas mayores, y otros grupos sociales, deben ser parte esencial de la agenda política en España, Europa y el resto del mundo. Por ello, desde esta tribuna escrita con motivo de la celebración del 1 de octubre, Dia Internacional de las Personas de Edad, solicito a los responsables políticos que cooperen para lograr entornos para la vejez digna y autónoma en igualdad y sin discriminación, siendo estratégico el hecho de fomentar las relaciones de cooperación entre personas de distintas edades y generaciones en sociedades para todas las edades. Es hoy, pero mañana seremos más en la vejez.
(Articulo también publicado en el Periódico Extremadura)
Sociólogo, gerontólogo y enredador social en búsqueda de la felicidad global
FOTO DE PORTADA: Frepik
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